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Beep, beep… El Correcaminos

 

 

 

 

 

 

 

 

Lorenzo Pérez, titular de dos casas de comida rápida da cuenta de una historia de vida y de un espíritu emprendedor basado en pocos pilares: publicidad, calidad y rapidez.

“Es un negocio de comidas rápidas” define Lorenzo Pérez el titular de El Correcaminos. Así deja sentada la concepción de un negocio que surgió a partir de su propia interpretación.

La idea surgió “cuando trabajaba con el Chulengo, donde yo veía que se tiraba mucha comida. Entonces pensé en todo lo que sea comida rápida, fast food, pizas, milanesas, empanadas, hamburguesas, que se haga en el instante y no se desperdicie” relata Pérez.

“Yo comencé a trabajar con Oscar Cachilo Casali en el Chulengo. Con él había unas mujeres que sabían bien el oficio y allí aprendí”. Pero la historia no es simple, paradojas de la vida, El Correcaminos es alguien que emergió de los ámbitos más humildes de la sociedad, criado por su padre, vendedor ambulante, Pérez siguió sus pasos, “andábamos en las carreras de Turismo Carretera, en festivales de doma, encuentros de música, vendíamos listas, banderas, gorras”. Cuando “el laburo se corta, fui a trabajar con un tío al taller, allí conocí a Cachilo, y me ofrecí para cualquier cosa, y a los dos o tres días me llamó para trabajar en la cocina: me convertí en el campeón mundial de pelapapas, todo el día pelando zanahorias y papas”, dice con simpatía. Desde allí siguió en ese trabajo, “allí me habían bautizado El Niño, porque era muy chico”.Lejos de ver el futuro en la cocina, Pérez refiere que “yo, por vivir solo, sabía cocinar lo básico, pero no me imaginaba que iba a ser lo mío, hasta que empecé a ver que era una buena fuente de ingresos, porque era algo que se movía todos los días”, ayudado por la picardía que le había dado su vivencia en la calle. “Un día me compran una chaqueta y me pasan al frente, al mostrador de adelante. Pero como también tenía carnicería, aprendí el oficio de carnicero”.Cuando la titularidad de aquél negocio pasa a Gonzalo, “yo sigo trabajando ahí, también muy buena gente, yo estaba muy cómodo, y ahí empieza otra historia de mi vida. Ellos compran un negocio nuevo en Av. San Martín, a donde voy a trabajar yo. En ese momento empiezan a incorporarse las motos para hacer el delivery; que el primero en hacerlo fue el Conejo San Juan. En el Chulengo, como yo era el más chico, y me gustaba mucho la calle, me hizo repartir en una Zanellita. Los primeros en eso fuimos nosotros, el Conejo, Manolo (pizería) y alguien que trabajaba con Junco, Bevilaqua. Eso pegó muchísimo, y a mí me encantaba. Así aparece mi sobrenombre, cuando iba a llevar comida a la radio de Ledesma, Sergio Mansilla, me puso El Correcaminos”, bautizo que lo acompañará por el resto de su vida.

Aquél fue el momento de quiebre para el emprendedor. Ya en pareja con su pilar, Gisela Goicoechea, las ideas comenzaron a concretarse. “Me compré unos moldes y comencé a hacer prepizas en el horno de mi casa, además de unas pizas preparadas con la muzzarella, las aceitunas, ya listas para hornear. Además preparaba sándwiches de miga. Todo eso tenía que salir con un nombre, le iba a poner el de mi primer hijo, pero mi señora me sugirió que pongamos por el que ya me conocían, así que pusimos el logo de El Correcaminos. Eso lo empezamos a dejar en distintos negocios, y nos iba muy bien”, iniciando los primeros pasos del negocio.

Ya entonces la llama estaba entendida. “Queríamos seguir creciendo, compramos algunas cosas de cocina, y alquilamos un garaje muy humilde, en Falucho 335, donde abrimos el primer negocio, hace unos diez años atrás, también con la ayuda de mi suegra”. Recuerda sus primeros clientes, hoy amigos: Fabián Peris y Miguel Urbano. Por decirlo de alguna manera, Pérez puso todos sus recursos al horno, pero allí se visualiza una de sus características, la forma de entender el negocio: “me quedaban los últimos cincuenta pesos, e hice todo en volantes”, la publicidad es una constante para él. “No llamaba nadie –dice entre humoradas-, pero igual un día me compré un cartel grande, y lo hice pintar tal como está hoy, lo pusimos sobre el garaje; también comenzamos a meter de a poquito publicidades en la radio, y así la gente se empezó a enterar, empezaron a llegar las llamadas, lo que entraba volvía a publicidad en más radios, autos de carrera, piletas, auspicios de deportistas. Así fue todo, con muchísimo sacrificio, el trabajo crecía y comprábamos más motos, todo creciendo”, cuenta.

Se había roto la inercia, El Correcaminos volaba, permitía ahorros, y en poco más de cuatro años “pudimos comprar el local de Saavedra”, siempre con mano de obra familiar. El negocio funcionó como se esperaba, se armó con un local para poder consumir al paso, con las instalaciones propias a las necesidades del proyecto. Pero faltaba más, como un segundo punto de venta. “Había un chico que tenía una panchería en la San Martín, conversábamos mucho, le insistí para me lo venda hasta que un día aceptó venderme el fondo de comercio” en El Correcaminos 2, con “otro público, de pasada, con otro movimiento”.

 

Los condimentos del negocio

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

Pérez coincide en un trabajo constante, mucha publicidad y pensar en crecer, “el crecimiento viene de la constancia, de estar siempre. La publicidad es fundamental, puedo hacer la mejor comida, pero si la gente no sabe que existís, no te va a comprar. La publicidad es tan importante que las marcas líderes la hacen igual, fijate en Coca o Quilmes, hacen siempre por más que se vendan solas”, observa el comerciante.

Desde allí “seguí apostando a la publicidad, en todos lados, hasta que llegó un momento que era un mundo de gente aquí”.

Ver, imitar, mejorar, observar siempre, son prácticas que hacen a la mejora de El Correcaminos. Cada viaje de Pérez es también un acto comercial, “siempre estoy mirando las casas de comida rápida”. Pero el menú es invariable, “la gente es tradicional, siempre lo simple y rápido. Además la gente me ha catalogado como sinónimo de comidas rápidas, puedo poner algo más, como pastas o asado, pero siempre me piden lo rápido”.

En el proceso productivo, Pérez elige “a los proveedores, vamos armando una forma que ya funciona sola”, y como todos, tienen su secreto profesional, “hay recetas propias, la piza es casera, los sándwiches tienen su secreto, la hamburguesa es la común, pero se diferencia de cualquier otra en la preparación”. Otra prioridad del negocio es la limpieza, “por más que esté destruido de cansancio, no puedo dejar de limpiar, ni de ordenar”, lo cual le ha permitido acceder a los máximos estándares de categorización “por la higiene en la cocina, cuando se hacía en Bolívar, nosotros después de una inspección sorpresa integral, nos daban los cinco tenedores de categoría”, dice.

En el rubro, hay una marcada estacionalidad. “En verano nadie quiere cocinar, para eso estamos nosotros. En invierno, cuando es temporada baja, somos nosotros los que tenemos que movernos, para atraer al cliente desde la oferta, el combo, lo que sea”, sentencia Pérez.

Cuando llega el momento de autoevaluarse, El Correcaminos recuerda “una frase de nuestros volantes, gracias por elegirnos y ayudarnos a crecer. Nuestra fortaleza es hacer bien la comida, nosotros nos debemos a la gente”.

Otra de las cuestiones propias del gremio es el de los recursos humanos. Pérez reconoce la “alta rotación, la gente se cansa en éste rubro. Imaginate que un sábado, cuando todos están saliendo, tenés a las chicas en la cocina y los chicos en las motos. Siempre hay alguno que se cansa, yo los entiendo, porque yo estuve en ello”.

Ya sobre el final aflora el hombre detrás del negocio. Vienen a la mente su historia familiar, su origen, sus esfuerzos. “Nunca me imaginé esto. Cuando inauguramos el local de Saavedra me había sentado en la vereda del frente, viendo todo el movimiento y se me caían las lágrimas. No lo podía creer, porque la he pasado muy jodido”. Y apelando a su usual sentido del humor, afirma “he comido como caballo de ajedrez, salteado, me he recorrido todos los comedores, comí en la casa de todos mis vecinos, muchas noches no tuve cena… y hoy estoy tapado de comida. ¡Qué cosa que es la vida!”, dice hoy, con plena satisfacción, dueño de dos locales instalados. “Ya no pensamos en crecer, estamos muy cansados, la gastronomía nos lleva mucho tiempo”, concluye.

Beep… beep!

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Ciudad de Bolívar - Provincia de Buenos Aires - Argentina - Año 2014

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