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Almacén “La Esperanza”

Con sentimiento almacenero desde el alma

Carlos García Paoletti es la tercera generación de un almacén que abrió sus puertas en 1915 en manos de su abuelo. Luego “La Esperanza” le perteneció a su padre, hasta llegar a él, considerando que “hay que nacer con esto para estar detrás del mostrador”.

 

Carlos García Paoletti, a los 73 años, es la tercera generación que está al frente del tradicional almacén “La Esperanza”. El inicio de todo fue obra de su abuelo, Pedro García Blanco. Siguió Pedro García Goggi, el padre de Carlos y hoy, la continuidad es con él mismo. No hay fecha cierta del comienzo de actividad; pero sí, se conservó el nombre desde su comienzo

Durante este 2019, se van a cumplir 104 años de la apertura del comercio, cuando el propio abuelo de Carlos, decidió abrir las puertas del almacén, en el año 1915. Durante esta época, cuando todavía Carlos era muy pequeño, pudo compartir algo de esta experiencia con su abuelo y luego, mucho más, cuando tomó las riendas del comercio, el propio padre de Carlos. Es ese entonces, el negocio  funcionaba en la esquina de las calles Mitre y Necochea. Luego, el padre edificó un nuevo local, en la intersección de las calles Sarmiento y Zapiola, lugar donde permanece funcionando hasta el día de hoy. El nombre del almacén, “La Esperanza”, también se mantuvo desde el inicio del comercio y había sido elegido por el abuelo de Carlos.

“Siempre seguimos con la misma actividad, lo único que en un momento dado, nosotros fuimos un almacén mayorista, después cuando mi padre decidió jubilarse, surgió la alternativa de que si yo seguía con el comercio mayorista o me quedaba con el minorista. Y tomé la opción de seguir con el minorista”, empezó contando Carlos.

Carlos García Paoletti, se convirtió en la tercera generación que mantiene la tradición familiar de este almacén. Comenzó a trabajar a los 14 años, cuando los destinos de este comercio estaban en manos de su abuelo. “Hoy sigo estando acá, gracias a Dios”, definición con la que se mostró agradecido. 

En el local actual, se instalaron en los primeros años de la década del 60, “creo que fue en el año 1963, cuando yo tenía 18 años y ya va  a ser más de 50 años”, intentó recordar.

Carlos, de muy chico, mamó el oficio de almacenero de su propio abuelo: “Sí, fue de muy chico de estar al lado de mi abuelo y después, con mi padre. Yo siempre digo que hay que nacer un poco con esto para estar detrás del mostrador. Todo lo hago con mucho gusto y me siento muy feliz”.

Carlos cumplimentó la escuela primaria, no así la secundaria y surgió un camino con dos bifurcaciones: el estudio o el trabajo. “Yo me volqué a ser el tradicional almacenero de barrio porque era lo que más me gustaba”, indicó.

En esos años, la ciudad estaba muy distinta a la de hoy. “Se ha avanzado muchísimo. Había calles de tierra, no se usaban mucho las camionetas porque en esa época todo era carruajes o carros tirados por caballos”.

En otro orden; pero también de esta misma época, era la tradicional libreta del almacenero, que “siempre se la recuerda, con sus tapas forradas con hule en donde se anotaba lo que llevaban con el precio y, a fin de mes, el cliente venía y pagaba el gasto mensual”, contó a modo de anécdota.

Al poco tiempo de la charla, enseguida le brotaron los recuerdos sobre los primeros tiempos del almacén, muy distintos a los actuales, en cuanto a las formas, las ventas y los negocios. “En esa época, estamos hablando más de 50 ó 60 años, existían pocos almacenes mayoristas: uno era el nuestro, otro de Lupano, Otano, Torrontegui; algunos de los que recuerdo y la forma de trabajo era salir a tomar nota de los pedidos en un sulky, tirado por un caballo. Tomábamos notas a la mañana y después, a la tarde, se hacía la entrega de los pedidos a los comercios locales. Esto se realizaba los días lunes, miércoles y viernes”.

Además de los pedidos que se registraban al por mayor, también se podía comprar como minoristas, porque el almacén brindaba la posibilidad de esas dos formas de venta: para comercios, que se manejaba tomando los pedidos; pero también iba la gente del barrio que compraba como minorista. Para dar más detalles, contó que “había días que se hacían los almacenes por mayor y otros días, se visitaban las casas de familia. Teníamos cierta cantidad de clientes, se iba a la casa, se tocaba timbre o se gritaba ´almacenero´ para ver lo que le hacía falta a cada familia. Para esto, se pasaba todos los martes y jueves de cada semana. Vendría a ser el delivery de hoy en día”, resumió Carlos.

Con respeto al trabajo en el almacén, Carlos contó que se tratan de dos épocas bien distintas. “Recuerdo que, como joven, lo tomaba distinto y lo disfrutaba mucho. Hoy, ya con los años uno lo toma de otra manera; pero siempre con muchas ganas”.

A pesar de los grandes cambios que se dieron después de tantos años, hay algo que permanece inalterable y tiene que ver con la atención persona a persona. Antes o ahora, “ya estaba esa manera, lo que sí ha cambiado es la forma de trabajar; pero eso lo da la circunstancia”.

Carlos se mostró contento y feliz de seguir con esta línea hereditaria durante tantos años con el mismo rubro. “Claro que sí, aunque todos los amigos y familiares me recuerdan Pochi (así me apodaron) a ver cuándo vas a dejar. Y yo les respondo que iré a dejar el día que me cueste levantarme o que venga sin ganas. Hoy en día, estoy gozando de muy buena salud, tengo el apoyo de mi señora y mis hijos para seguir hasta donde yo quiera; pero el día que empieza a notar que verdaderamente no lo hago con gusto tomaré una decisión porque yo soy una persona que dice que todo el trabajo hecho con gusto es bueno, ahora ya cuando te cuesta levantarte, que venís y renegás, que hay cosas que te caen mal, hay que decir basta. Hasta ahora yo me siento bien así que seguiré hasta que Dios lo permita”.

Durante esta tan larga trayectoria, Almacén “La esperanza” ha tenido distintos reconocimientos. Tanto el Rotary Club local como la Cámara Bolívar se hicieron presentes con un recordatorio cuando, en el año 2015, el comercio cumplió los 100 años de vida. “Son satisfacciones y también es lo que da la pauta de lo trabajado por mi abuelo, mi padre y, ahora en la actualidad, sigo yo de la misma manera. También, esto es lo que hace que uno sigo trabajando”.

De los más de 100 años de vida del almacén, todavía se conservan algunas cosas, a modo de un pequeño museo, tanto en el negocio como en la propia casa de Carlos. Guarda unas botellas de un vino moscato que datan de más de 80 ó 90 años y una máquina de moler pimienta de una antigüedad de 100 años. “Yo recuerdo cuando era chico, que mi abuelo, en esa misma máquina, molía maíz y también se llegó a moler café. Hoy, la sigo usando como se hacía años anteriores para moler pimienta. También, conservo los cajones, que deben tener 50 años, donde se ponía los productos que se vendían sueltos como el azúcar, yerba, arroz, fideos. Nosotros comprábamos, por ejemplo, los fideos en bolsones de 5 ó 10 kilos; la azúcar venía en bolsa arpillera, después se modernizó en bolsas de papel de 50 kilos, la yerba también y cada producto se volcaba en los cajones y vendía por medio kilo, un kilo o lo que el cliente necesitaba”.

También, se conserva del viejo almacén, unas latas de pimentón; pero “lo más antiguo es la balanza, que la tengo en mi casa particular, de los cuatro platillos con las pesas de 5 kilos hasta de cincuenta gramos”.

A la hora de buscarle una definición a lo que es ser almacenero, Carlos entendió que “hay que nacer, uno lo lleva adentro a este trabajo. Hay que tener un trato, en donde siempre digo, que el cliente siempre tiene la razón aunque no la tenga. Se debe siempre ser respetuoso con el cliente, esto es fundamental como también lo es la misma atención. Creo que en esto radica el éxito de un negocio, porque si a un cliente lo atendés mal, no viene nunca más. Yo me siento orgulloso y satisfecho de ser almacenero”.

Consultado si podría elegir otra cosa que ser almacenero, Carlos respondió rotundamente con un no. “Tuve la posibilidad de seguir con la trayectoria de mi abuelo y mi padre. No me gustó el estudio y entonces me volqué a trabajar en el almacén. Hoy en día, si tuviese que cambiar, no cambiaría por nada ser almacenero”.

Si bien pasaron muchos años, toda ha cambiado a excepción de una sola cosa: la atención al cliente. Carlos, sobre el tema dijo que “la atención a la gente es fundamental. Yo siempre digo que el que está detrás del mostrador tiene que ser respetuoso de la persona que viene a comprar, que es nuestro cliente. Es central tener respeto y eso se transforma en lo más importante”.

Uno de las particularidades del almacén es que ofrece todo lo necesario para las carneadas. “Es tradicional en el negocio, que data ya de muchos años, todo para las carneadas en lo que hace a especies sueltas, aditivos y todo lo necesario. Como yo siempre le digo al cliente acá lo único que falta es el chancho”. Esto se reduce a una época del año que va de los meses de mayo, junio, julio y agosto; que son “los cuatro meses fuertes donde se trabaja muy bien en este aspecto”. En la época de carneada, durante esos cuatro meses, el almacén está abierto los domingos de 9:30 a 12 horas “para brindarle a los clientes del campo un servicio más. Si se olvidaron algo en la semana, acá lo pueden encontrar y esto también es algo que lo reconocen, explicó”.

La continuidad del almacén sigue su curso después de 104 años que ya han transcurrido en forma ininterrumpida. Carlos mientras se sienta bien va a seguir al frente de “La Esperanza”. “El día que no me sienta bien, que note que me siento cansado, ahí plantaré bandera; pero mientras tanto pienso seguir adelante”.

Almacenes tradicionales, no son muchos los que quedan en la ciudad, conservando tantos años de historia. En el barrio de Carlos, prácticamente todas las generaciones han pasado por “La Esperanza”: abuelos, padres, hijos y nietos. “Principalmente uno nota esto en épocas de carneadas cuando hace unos años atrás venía el abuelo y hoy viene el hijo o el nieto y hasta el bisnieto en algunos casos. Y está es una de las satisfacciones que uno tiene: que la gente vuelve al negocio”.

Almacén “La Esperanza”, se encuentra en calle Sarmiento esquina Zapiola.

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Ciudad de Bolívar - Provincia de Buenos Aires - Argentina - Año 2014

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